Zona de acción Vs. Zona de preocupación

 

¿Alguna vez te has sentido impotente ante una situación en particular?

¿Cuántas veces te has pasado minutos/horas/días dándole vueltas a ese suceso ocurrido que no deja que pienses en otra cosa?

¿Has reaccionado con miedo ante la perspectiva de algo que aún no ha ocurrido pero que podría ocurrir?

¿Alguna vez te han paralizado literalmente estos sentimientos?

Si la respuesta es “sí”, te interesa seguir leyendo.

Los seres humanos tendemos a invertir demasiado tiempo y esfuerzo en engancharnos con vivencias pasadas traumáticas o conflictivas, en muchas ocasiones el hecho de revivirlas hace que todos esos sentimientos se vivan en el presente. Del mismo modo, también nos atrae fantasear sobre futuros inciertos y/o catastróficos; en este sentido es muy habitual que ante todo el abanico de posibilidades futuras, centremos la atención en las más negativas… nada más desalentador y alejado de la realidad objetiva.

Fíjate que lo justo sería que por cada vez que nos preocupemos por lo peor que pueda pasar, también nos regocijemos por lo mejor que nos pueda ocurrir; pero no, no lo hacemos. Nos quedamos sólo con lo malo.

En esta ocasión me gustaría hablar sobre la diferencia entre tu zona de acción (o zona de influencia) y tu zona de preocupación.

La zona de preocupación es esa zona nebulosa y macabra en la cual sólo parece que alimentemos la hoguera de la ansiedad y el miedo; cuando nos movemos en esta zona simplemente reaccionamos.

Por ejemplo, estás en medio de un atasco en un día lluvioso y llegas tarde a una reunión importante; ante esta perspectiva maldices (en voz alta, claro) a la lluvia y al resto de la humanidad por haber elegido ir a parar al mismo sitio donde estás tú; también te pones a fantasear acerca de un despido fulminante por llegar tarde, despido que, sin duda, hará que vayas al paro y que nadie te contrate nunca más, haciendo que no puedas pagar las facturas y que finalmente mueras de hambre y también mates de hambre a tu familia.

Amigos, todo eso es extremadamente difícil de que pase. Casi imposible. La pregunta clave es: ¿en qué prefieres pensar? ¿qué te aporta más serenidad y recursos en ese momento concreto?

La zona de acción o zona de influencia es todo aquello que está en tu mano para lidiar con la situación; no es sólo lo que puedes hacer en el mundo exterior, si no también lo que puedes hacer a nivel interno, esto es, todo el pensamiento que puedes generar proactivamente de modo que siempre tengas tú el control de cómo te sientes, independientemente del temporal externo.

En el ejemplo anterior, ¿cómo puedes moverte a tu zona de acción? Podrías hacer una llamada de teléfono para avisar que llegas tarde, usar ese tiempo “extra” para preparar mentalmente lo que ibas a exponer o apuntarte mentalmente o en tu agenda “salir de casa 30 minutos antes de la hora habitual si tengo una cita importante”. También puedes decirte: “vale, a cualquiera le puede pasar esto; lo mejor será mantener la calma para no empeorar las cosas”.

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Recientemente perdí a mi padre. Me encontraba de camino a Mérida a la altura de León cuando recibí una llamada de teléfono: en ese preciso instante mi padre acababa de sufrir un infarto incompatible con la vida; ante esta situación uno puede adentrarse en la zona de preocupación: ¿por qué a mí? ¿qué será de mi madre? ¡Justo ahora que me empezaba a sonreír la vida! ¡No me lo merezco! Otra opción es moverte en la zona de acción: bien – me dije a mí mismo. Lo primero, vayamos hacia donde ha pasado todo; ahora, ¿dónde está mi madre? (en estado de shock en ese momento), ¿lo saben mis hermanos y demás familiares cercanos?; por supuesto, también cuidar de mi mismo: llorar, pedir ayuda, buscar consuelo.

No estoy sugiriendo que la zona de acción sea huir de las situaciones o de los sentimientos.

De lo que se trata aquí es de que si la vida nos pone en una situación complicada, lidiemos única y exclusivamente con la situación en sí y no con ese abismo de “preocupaciones” que no nos dejan ver más allá de la situación en sí misma; lo importante es quedarte con la realidad en estado puro, centrarte y ponerte manos a la obra.

Piensa que por mucho que te preocupes no vas a cambiar absolutamente nada (para bien) de la realidad física. Nada. Cero. Ni un ápice. Desde un punto de vista puramente práctico los pensamientos reiterados de preocupación y de miedo no sirven para nada.

Me gustaría sugerirte lo siguiente: la próxima vez que te enfrentes a una situación complicada piensa lo siguiente: ¿qué puedo hacer ahora? ¿qué puedo hacer para que esta situación no se vuelva a repetir? ¿quién puede echarme una mano?   ¿Qué pensamientos me ayudarían a sobrellevar la situación? Esto que estoy pensando o haciendo, ¿me aporta alguna solución o empeora las cosas?

Desenvolvernos en la zona de acción nos llena de posibilidades prácticas y nos empodera. Caer en la zona de preocupación significa adentrarnos en el abismo del victimismo y de la falta de recursos.

Recuerda que por lo general la vida nos pone en situaciones para que podamos aprender; si vivimos una situación complicada y no aprendemos nada de ella, la vida es tan sabia que se encarga de ponernos de nuevo en el mismo sitio hasta que aprendamos. Ley de vida.

Elige bien la próxima vez.

 

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