Vida salvaje de las emociones – 2º fascículo

Un relato escrito por Daniel Álvarez Lamas y Melisa Terriza.

Gracias a Renata Otero y Marian Cobelas por sus aportaciones. 

 

El dolor te muestra el difícil camino hacia la felicidad.

El caso de Samuel.

Durante los primeros meses de retiro, continuaba haciendo coaching esporádicamente. Quería seguir tocando tierra, pero solo con aquellos casos que beneficiaran el desarrollo de mi investigación, de modo que escogía los que consideraba más adecuados.

 

El caso de mi amigo Samuel me hizo reflexionar especialmente. Samuel estaba en pleno proceso de una separación no deseada. Su esposa le pedía la casa y la custodia total de sus hijos aun siendo ella la responsable, según él, de la ruptura.

 

Se sentía traicionado. Todo su mundo maravilloso y seguro se venía abajo y no era capaz de encontrarle explicación. Por su parte, no pensaba ceder lo más mínimo. “¡Era lo que faltaba, con todo lo que me ha hecho!”, decía.

 

Samuel me pidió iniciar un proceso de coaching para encontrar el mejor enfoque para vivir esta situación tan dolorosa sin volverse loco. Buscaba la serenidad necesaria para pensar bien y sufrir menos.

 

Lo que más me llamó la atención fue el objetivo tan sencillo que salió de la primera sesión: “conseguir un entorno de estabilidad para la felicidad de mis hijos”. A pesar de tener esto claro, la relación de Samuel con su esposa continuaba siendo una pesadilla. No soportaba que ella le echara la culpa del divorcio, por sus viajes y sus interminables jornadas de trabajo. Él se había sacrificado durante años por su familia. Quería darles la mejor vida posible y que no les faltara de nada.

 

Podía sentir el estado de desesperación de Samuel. Cuando hablaba del juicio por el divorcio, explotaba: “Luis, por ahí no paso. Encima de montar este lío descomunal, quiere quedarse con mi casa y con mis hijos… ‘¿algo más? ¿Quiere que le dé un riñón? Porque es lo único que me queda por darle’”. La rabia y la frustración eran tan grandes que Samuel acababa muchas veces entre sollozos.

 

Fueron necesarias dos intensas sesiones para que Samuel encontrara la serenidad en mitad de toda esa tormenta de emociones. Por fin consiguió superar el enfado y la frustración que le impedían comprender que nada volvería a ser igual. La serenidad llegó cuando se rindió ante las circunstancias, cuando dejó de luchar contra ellas y sacó toda la vulnerabilidad que había detrás de ese escudo con que pretendía protegerse del dolor. Lloró todo lo que tenía que llorar al darse cuenta de que su vida, considerada ideal hasta ahora, se desmoronaba sin remedio.

 

Mostrar toda esa vulnerabilidad fue lo que, curiosamente, le dio la fuerza para terminar de aceptar lo que le estaba pasando y para soltar la idea de familia a la que se aferraba. Toda la energía que había utilizado para resistirse al cambio, ahora podía emplearla en construir una nueva vida… y un nuevo Samuel.

 

En esa nueva vida, se proponía vivir conforme a sus valores. Quería ser fiel a sí mismo y a todas las cosas que realmente le importaban y le ‘movían’ por dentro. Descubrió que las principales cosas que ahora mismo le motivaban eran la felicidad de sus hijos y el respeto por sí mismo.

 

Estas dos cosas aparentemente tan sencillas, eran a la vez tan potentes que fueron las que hicieron que Samuel resurgiera de sus cenizas. Después de pasar todo un proceso de duelo, comprendió lo sola que se sentía su esposa. Se dio cuenta de lo inmerso que él estaba en su trabajo. También tuvo conversaciones con sus hijos que le permitieron ver cuánto habían crecido.  “No me puedo creer todo lo que me he perdido”, decía entre lágrimas.

 

Un mes después, Samuel había conseguido tener una relación mucho más cordial y cooperativa con su ex-mujer y una relación más auténtica con sus hijos.  Aunque no vivían con él, Samuel recuperó la ilusión de buscar actividades para hacer juntos, de escucharles cómo les iba en el colegio, con sus amigos. Samuel recuperó la curiosidad y el cariño para ayudarles con sus inquietudes.

 

Eso, a su vez, le hizo recuperar la ilusión por muchas otras cosas y notó que incluso su forma de relacionarse con los compañeros de trabajo cambió. “Ahora se te ve más cercano, más humano” le dijo uno de ellos.

 

Fue una experiencia apasionante. Le quedé muy agradecido a Samuel de abrirse tanto y compartirla conmigo. Además, me sirvió para ser aún más consciente de la importancia para el ser humano de tener un propósito.

 

El caso de Samuel me permitió consolidar los principios que había ido recopilando. Abrí un nuevo capítulo bajo el epígrafe “cómo podemos auto-modificar nuestros hábitos aprendidos, gracias a nuestra capacidad de pensar-sentir». Las emociones impulsan ese aprendizaje… “Solo” tienes que saberlas gestionar.

 

¿Y por qué no seguir en nuestra “zona de confort”? Para eso está la realidad. El aprendizaje suele tener su origen en el exterior, que nos envía las situaciones que nos obligan a evolucionar, a conseguir nuestra versión 2.0.

 

Samuel se encontró con una situación inesperada que le rompió los esquemas, causando un enorme dolor. Si no, posiblemente su vida hubiera continuado igual.

En resumen, gracias a compartir este caso con Samuel, pude comprobar que hay dos fases bien diferenciadas en el proceso:

 

Las dos partes del proceso de aprendizaje emocional

 

  1. Al principio, Samuel no encontraba consuelo porque su propósito de “tener una vida feliz” se venía abajo.  Por un lado, el dolor le inmovilizó, pero por el otro, fue precisamente el dolor lo que le obligó a encontrar un nuevo enfoque a su situación.

  2. Después, descubrió sus valores más profundos y estos le permitieron generar un nuevo propósito que guiara su vida, el propósito de “Crear un entorno de estabilidad e ilusión para la felicidad de mis hijos y la mía propia”.

 

Hay un patrón para esta evolución. Siempre suelen aparecer en escena los mismos personajes:

 

Elementos del aprendizaje emocional

 

  • Los hábitos de pensamiento y emoción que nos resistimos a abandonar (la idea de familia y de vida que Samuel se resistía a soltar)

  • El incómodo dolor emocional provocado por los hábitos con los que nos cuesta romper.

  • El antiguo propósito que ya no puede conseguir (en el caso de Samuel, la felicidad de su familia), que está detrás de esos hábitos antiguos de pensamiento y emoción.

  • El necesario propósito del cambio (en el caso de Samuel, recuperar su dignidad y la felicidad de sus hijos): Algo dentro de nosotros quiere recuperar el equilibrio y acabará encontrando un nuevo propósito que sustituya al antiguo

  • Y, cómo no, no podía faltar nuestra compleja pero a la vez liberadora amiga: la aceptación de la realidad conflictiva, que nos permite comprenderla y encontrar un enfoque y un estado que nos libera.

En nuestra búsqueda de la felicidad, las dosis de dolor son necesarias, ya que son parte del patrón que nos ayuda a conseguirla. Cuando tenemos que salir a respirar porque el dolor nos ahoga, nos esforzamos por buscar todas las alternativas posibles para cambiar los hábitos o patrones de pensar-sentir y adecuarlos al momento que nos toca vivir.

 

En esa necesidad de ‘salir a respirar’, las emociones dolorosas son grandes propulsoras. Vienen determinadas por algo que era muy importante y que se rompe: el antiguo propósito. También las emociones positivas que empujan desde el nuevo propósito son imprescindibles. Con ambas fuerzas tiene lugar la motivación.

 

Las emociones reflejan, por tanto, nuestra motivación o propósito.

Este es un principio fundamental. Cualquier emoción está ahí por un motivo y tiene un propósito, una finalidad. Como cualquier otro animal, el ser humano, de forma tanto consciente como inconsciente, se dirige hacia su propósito con cada una de sus células, músculos, latidos, pensamientos y emociones.

Pero, ¿qué cosas nos motivan? Lo que nos mueve puede tener diversos orígenes. Veamos una clasificación sencilla que a estas alturas será clarificadora:
Como ya habrás intuido, en este contexto, motivación y propósito son dos términos que bien pueden ser sinónimos.

 

Tipos de motivación, en breve:

 

  1. Instinto de supervivencia: normalmente cuando corres más de 500 metros estás que te mueres pero ante alguien que viene a robarte echas a correr como si fueras Usain Bolt.

  2. Sentimiento de pertenencia y reconocimiento social: te compras el último IPhone (sí, reconozco que yo también me compré el último, aunque era igual que el que ya tenía, y después me arrepentí de haberme gastado tanto dinero en algo que no me hacía falta). Aunque tengas que tirarte dos meses sin salir de casa, lo compras porque inconscientemente te motiva sentirte parte de una comunidad moderna, innovadora y siempre a la última.

  3. Congruencia con tus valores personales o con los valores comunes: cuando cambias de trabajo porque lo que te ha motivado durante toda tu vida ha sido ser artesano de cerámica, o salvar ballenas.

 

 


Autores: Daniel Álvarez Lamas y Melisa Terriza.

Gracias a Renata Otero y Marian Cobelas por sus aportaciones. 

Colección: Vida Salvaje de las emociones. 30 fascículos. 

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