Vida salvaje de las emociones. 5º fascículo. Cómo superar una deuda emocional
Con la ayuda de Renata Otero, Marián Cobelas y Nuria de Castro.
Leído en el anterior fascículo:
Aquello fue como un enorme descubrimiento – pensé. – Emociones salvajes que crecen dentro de las personas y que se comportan como sus “mascotas”. Las personas como un ecosistema. Todo encajaba con mucha intuiciones que había tenido pero que no era capaz de describir.
– Max, ¿y qué es lo que hace que las mascotas cobren tanta vida? – pregunté, para prolongar el hilo de su metáfora.
– Muchas cosas influyen, pero, principalmente, cada actor tiene un momento de su vida en el cual le marca algún suceso – dijo. Ahora hablaba más despacio, como desde un lugar más profundo. – A esa persona le sucede algo para lo que no está preparada y que no puede masticar. Entonces se despierta una emoción de fondo, como el miedo, el enfado o la tristeza, que impregna todo. El impacto del suceso es tan grande que esa emoción se desborda, se sale de madre.
– ¿Y cómo afecta eso al trabajo del actor? – le pregunté.
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– Pues mira, por ejemplo, hace poco tuve una actriz que sufrió una ruptura en la vida real – respondió. – Se sintió enormemente enfadada pero no fue capaz de manifestárselo a la otra parte, o al menos no consiguió hacerlo de la forma adecuada. Ese enfado se le quedó impregnado. Es como si la emoción no hubiera logrado evolucionar y se hubiera cristalizado, como si a esta chica le quedara una deuda emocional.
– Una deuda emocional, entiendo… – dije, resonando con esa nueva metáfora mientras asentía lentamente. –
– Exacto – respondió. – Y esa deuda emocional hizo que el enfado, como un animal, estuviera siempre latente en el comportamiento de esta actriz, sea apareciendo o reprimiéndose y quedando entre bastidores. Ella no dominaba a su mascota, sino que el enfado siempre andaba moviéndose en su interior. Esa emoción salvaje estaba plenamente viva, independiente.
– Claro – resalté. – Le hacía daño precisamente por no asimilarla ¿Y eso era útil para su trabajo como actriz?
– Sin duda – respondió. – Verá, Luis, yo no trabajo como los directores de teatro habituales. No trabajo sobre la obra para que cada actor interprete un papel según las emociones que pensó su autor. Eso para mí es ir contra natura.
– ¿Qué quiere usted decir? – exclamé, casi con la boca abierta.
– Yo construyo la obra basándome en las emociones más vivas de cada actor – respondió Max, poniéndose hacia delante para expresarse mejor. Se había encendido una luz centelleante en sus ojos y una expresividad espléndida en sus gestos. – Les ayudo a entrar en contacto con ellas como si fueran mascotas, a dejarse influir por ellas, a comprenderlas. Gracias a jugar con su enfado de la forma adecuada, esta actriz interpretaba con un fluir brillante en su palabra y un vigor salvaje en sus acciones.
Max dejó de hablar y se echó hacia atrás. Había terminado de hablar. Yo miré primero hacia ella y después hacia el suelo. Me había quedado ensimismado con la sorprendente claridad con que Max veía las emociones, y sobre todo con la posibilidad de manejarlas como ella lo hacía.
Es la forma en que una experiencia difícil, y más si es traumática, afecta a la vida – reflexioné. – Se produce una emoción tan intensa dentro de la persona que queda bloqueada.
Esto puede verse como una “deuda emocional”, que se produce debido a que una habilidad emocional no estaba suficientemente desarrollada.
– Posiblemente, esa chica también sufrió esa emoción de fondo en su vida real – dije. – Seguramente, se instaló en el enfado como única estrategia posible ante el mundo. Tampoco en su día a día era capaz de salir de esa emoción de fondo mientras no superara el suceso que la provocó.
Max se quedó mirándome un poco sorprendida por el cambio de perspectiva. Quise concluir con mi idea:
– Ese suceso traumático viene provocado por la ausencia de una habilidad emocional – remaché.
– ¿Qué quieres decir? – inquirió Max, un poco cortante.
– Por ejemplo – continué, – esa actriz puede haber sufrido con esa ruptura por no haber aprendido a “decir su opinión de forma asertiva”, la capacidad que hay detrás del enfado. Quizá ya carecía de esa capacidad, pero ese suceso representó la prueba que no fue capaz de superar. Como consecuencia, le quedó la deuda emocional y su dolor correspondiente.
– ¿Y eso cómo le afecta en su vida? – siguió inquiriendo Max.
– Desde ese momento, esta chica tendrá un enfado latente, reprimido y dispuesto a dispararse. El suceso hará que se consolide la estrategia del enfado. En caso de tensión, no verá más opciones que someterse, reprimiendo el enfado, o imponerse, dándole rienda suelta. Es igual que en su trabajo contigo en el teatro, pero en la vida ella estará indefensa. Solo verá blanco o negro, debido a esa incapacidad emocional – concluí.
Trataba de completar lo que Max explicaba, pero… mmm, me dio la sensación de que no le había sonado bien ¿Quizá le parecí un poco soberbio? ¿Quizá la teoría le aburría? ¿O quizá le toqué alguna tecla delicada?
El caso es que Max se revolvió como una gata que se despierta: serena, pero, al mismo tiempo, con todos los sentidos activados. Se levantó y fue detrás del biombo a cambiarse.
– Muy bien. Entonces ¿en qué puedo ayudarle? – No me parecía que se hubiera enfadado, solo había perdido interés… pero no sé qué sería peor.
– ¿Qué es lo que le sucede al actor cuando paga la deuda emocional? – dije, con tono pausado, aunque con toda la rotundidad que fui capaz de reunir. Era consciente de que me estaba jugando continuar con nuestra relación con esta pregunta.
Sentí cómo Max acababa de ponerse el suéter tras el biombo en un tenso silencio. Después salió y se quedó de pie al lado del biombo. Me miró fijamente, como escudriñándome, mientras me preguntaba:
– ¿Qué quiere decir con eso? – Se quedó absolutamente parada, con su escucha enfocada abrumadoramente sobre mí. Era como si aquella fiera estuviera en el momento previo a abalanzarse sobre su presa. Noté cómo sus sentidos estaban extrayendo una ingente cantidad de información, incluido cómo me sentía y cuál era mi intención al hacer la pregunta. Yo continué hablando. Era lo único sensato que podía hacer.
– Cuando el enfado se repite continuamente, como cualquier otra emoción, es porque la persona no ha aprendido a manejarlo. La persona normalmente es una víctima de esa reacción o programa que le provoca enfado, de forma que lo reprimirá o se verá sobrepasada por él, ¿no? – pregunté, tratando de ser lo más claro posible.
– Sí, claro – dijo Max. No se había movido. Me seguía mirando de forma serena pero inquietante.
– Entonces, – dije, guardando la calma – me imagino que, después de que esta actriz, ensayo tras ensayo, tome contacto con esa emoción salvaje, como usted la llama, empezará a familiarizarse con ella.
Al “jugar” con ella, con esa “mascota”, durante tanto tiempo y de forma tan profunda, empezará a no rehuirla ni a verse bloqueado por ella ¿no?
– Efectivamente – dijo, reflexiva.
– … Y esto será como un entrenamiento que le permita aprender a manejar su enfado. Es el proceso habitual de las emociones – continué, dejando al final unos segundos de silencio…
– Y eso hace que la emoción deje de ser tan “salvaje” – concluí.
– Ha dado usted en el clavo. Eso representa un peligro para la intensidad que necesita Stardust. Si se domestican las emociones salvajes, no hay obra – respondió, tras un silencio. – Intuitivamente, y veía que era mejor que ningún actor repitiera obra – explicaba lentamente, mirando hacia abajo. – Así que ésas son las cosas que está usted estudiando… – dijo ella.
Me di cuenta de que era un momento dulce, el ideal para aflojar la tensión. Había conseguido dar con su punto de interés máximo, justo mi objetivo en esta primera conversación.
– Si le parece bien – dije, levantándome y recogiendo mi sombrero, – puedo venir a hacerle una entrevista esta semana. Me comprometo a compartir después en persona los resultados de la investigación tal como se vayan produciendo – dije sonriendo. Buscaba mi lado más acogedor y amable. Max me miraba con intensidad, pero a esas alturas ya no me impresionaba. Por otro lado, la felina ya no se sentía amenazada ni aburrida. Habíamos sellado la alianza. Mantuve su mirada con serenidad y ella también sonrió relajadamente.
– Muy bien, venga después de la función del sábado. Que tenga una noche agradable – y salió, dejándome solo en su camerino.
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Cuando regresé a casa revisé mis notas sobre un libro de Carl Jung. En “Las relaciones entre el yo y el inconsciente,” dice:
“Mediante la vivencia de las fantasías, las funciones dejadas inconscientes y en inferioridad se integran en la conciencia; produciéndose efectos muy profundos en la actitud consciente”.