Vida salvaje de las emociones – Fascículo 1
La soledad de mi despacho es el espacio perfecto en todos los sentidos.
Me encanta beber a pequeños sorbos mi taza de té en mi butacón preferido, mientras me dispongo a escribir. Mirar el río Mondego desde mi ventana. Respirar con calma y con plena consciencia. Sentir todo mi cuerpo… primero la cara, luego la cabeza, luego la nuca … Recorro cada parte de mi cuerpo, de forma que se produce a lo largo de él una sensación de cosquilleo. Acabo sintiendo como si todo mi cuerpo fuera un cosquilleo, una sensación placentera de libertad y bienestar, mientras suenan, en este caso, las cuatro estaciones de Vivaldi.
Es mi ritual, la forma de entrar en una especie de trance que me conecta con una claridad absoluta. Aprendí a hacerlo recientemente y cada vez me sorprende más la profundidad que puede alcanzar, pero eso os lo contaré más adelante. Es mi ritual, como digo, para comenzar a escribir.
“¿Para qué tenemos emociones? ¡No hacen más que complicarme la vida!” Me habían hecho esta pregunta muchísimas veces a lo largo de mi carrera como profesor de filosofía. Siempre contestaba lo mismo, que todas y cada una de las emociones existen para algo, que implican una realidad que hay que escuchar. Las emociones son el sobre de un mensaje que necesitas recibir.
Pero había llegado a un punto de mi vida en que a mí también me pasaba por la cabeza esta pregunta y la rabia que conlleva. En aquellos momentos me decía, más concretamente: “¿para qué sirve toda esta frustración que siento?”
A mis 50 años, la vida me trajo un mensaje de la forma menos deseada… Me lo enviaba en forma de enfermedad. Ojalá lo hubiera hecho con los 140 caracteres de un mensaje de twitter o mediante un email. Hubiera sido mucho más fácil…. Pero la vida no funciona así.
Este fue uno de los principales desafíos de toda mi vida: descifrar para qué servía ese sufrimiento de rabia por la maldita enfermedad. La verdad es que, al principio, me daba igual el ‘para qué’. Lo único que quería era que esto no me estuviera pasando a mí. Creo que mi curiosidad por el universo que llevamos dentro era el único recurso para no despeñarme en aquella situación tan dura.
Siempre escuchamos que los demás o los conocidos de los demás tienen enfermedades, pero, en el fondo, parece que nunca te tocará a ti. Cuando me dieron la noticia… al principio, significaba un giro tan radical en la película de mi vida que me resistí a asumirlo. Pero acabé siendo consciente de que, lo quisiera o no, este veneno iba a seguir dentro de mí.
Mi alma de observador me permitió ver con curiosidad todas las emociones que se sucedían dentro de mí. Eso ayudó mucho, como muy bien comprendería después. No sin sufrimiento, conseguí aceptarlo.
A partir de ahí, como si hubiera recibido un mandato añadido, sentí el impulso de investigar para qué sirven las emociones, y en particular, para qué sirve el dolor emocional. Era un impulso instintivo, como si eso formara parte del mensaje que traía mi enfermedad.
Siempre que explicaba en clases o conferencias cuál era la función de las emociones en la naturaleza del ser humano, lo hacía más bien desde el marco teórico. Creo que aún no tenía experiencias suficientemente profundas para responder desde un punto de vista plenamente interiorizado. Había tenido circunstancias con las que lidiar durante mi vida, pero, visto desde el momento actual, no había tenido sobresaltos que destacar.
Sacarle el propósito de aprendizaje a un pequeño bache emocional es relativamente fácil. Pero esto… Esto es jugar en otra liga. Ahora entiendo que las emociones dolorosas pueden arrastrarte más allá de lo que puedes soportar. No hay racionalidad posible.
Así que, por decisión propia, me retiré para estar solo en mi despacho de la universidad de Coímbra. Allí quería descifrar los misterios de las emociones y responder a la pregunta que tantas veces me habían hecho. La que ahora rondaba también por mi cabeza: “¿Para qué sirven las emociones?” Si la naturaleza es tan sabia ¿para qué se molestó en crear las emociones? Muchas veces parece que son solo un instrumento de tortura. No puede ser tan cruel. Quería tener una respuesta contundente y práctica, que me convenciera desde el pensar y el sentir.
Para ello, necesitaba reunir los libros y apuntes que había acumulado durante tantos años y que nunca había tenido tiempo de releer. Ahora que tenía que cesar mi actividad, tenía tiempo para dedicarme a la lectura.
Durante meses, me sumergí en el pensamiento de Maslow, Jung, Loevinger, Wilber, Csikszentmihalyi (¡enhorabuena si has podido decir este apellido a la primera!), Eckman, Damasio, Dawkins, Kegan, Lipton y muchos otros autores.
Entre todos, parecía que había un acuerdo secreto en torno a los mismos principios. Unos principios que iban más allá de la sabiduría popular o de los libros de autoayuda. Decidí concretar algunos de ellos para responder a “la pregunta”:
Principios de la mecánica de las emociones:
Los genes dotan a los animales de mecanismos de respuesta instintivos ante los retos que el entorno nos pone. Estos mecanismos se han ido haciendo más versátiles, complejos y eficaces a medida que la especie ha ido evolucionando:
Los seres unicelulares cambian de dirección si sus cilios (patitas) tocan algún obstáculo. Funcionan sencillamente por reacción física.
Los reptiles sienten placer o dolor y utilizan estas sensaciones como indicador para continuar con su comportamiento o para cambiarlo.
Los mamíferos sienten también emociones, lo que les sirve como guía aún más afinada para seguir o cambiar de comportamiento, con opciones más complejas que las de los reptiles.
Los humanos sienten emociones que los mamíferos no pueden sentir y además tienen una gran ventaja competitiva: tienen consciencia de ellas. Por ello, pueden reprimirlas o cambiarlas de forma mucho más precisa y creativa.
2. Las emociones instintivas de cualquier animal son adaptativas, es decir, pueden ser moldeadas o condicionadas según las circunstancias del entorno. La diferencia del ser humano con cualquier otro animal es que ese entorno al que adaptarse incluye el contexto social. La sociedad y la cultura son las grandes creaciones del ser humano. A partir de esta adaptación al entorno se generan los hábitos de pensamiento, emoción y acción. En esto consiste el aprendizaje básicamente.
3. El ser humano va desarrollando su capacidad de pensar-sentir, con la que puede modificar sus hábitos aprendidos. Pensar es la gran ventaja competitiva del ser humano, pero jamás lo puede hacer sin aquello que ha heredado de la naturaleza: sentir. Sentimos con cada cosa que hacemos, incluido el pensar, y es bueno no olvidarlo nunca si queremos comprender bien en qué consiste la actividad de pensar. Es por eso que a veces digo pensar-sentir, pues existe el riesgo de creer que son cosas diferentes.
Autores: Daniel Álvarez Lamas y Melisa Terriza.
Gracias a Renata Otero y Marian Cobelas por sus aportaciones.
Colección: Vida Salvaje de las emociones. 30 fascículos.
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[…] Para saber más: Vida salvaje de las emociones […]
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hola buenas tardes, me gustaria ver los fasciculos 2 y 3.., me podrian decir como los puedo encontrar?/
gracias