¿Se le puede hacer coaching a un hijo? Por Domingo Valhondo
Antes de nada, una aclaración. La publicación de estas notas cuenta con la aprobación de mi hijo, mi “cliente”, que expresamente me ha autorizado a desvelar algunos detalles de las sesiones de coaching, sin vulnerar, por tanto, mi compromiso de confidencialidad.
De la misma forma que se dice que un cirujano no puede intervenir a sus familiares cercanos porque las emociones pueden afectar a su actuación, el coaching puede presentar limitaciones a la hora de ejercerlo con una persona con la que existe una relación directa: tu jefe, tu subordinado, tu madre, tu mujer, tu marido, tu hijo, tu hija… podrían quedar excluidos como clientes
Daniel Álvarez Lamas, mi formador, siempre nos anima a intentar cosas. Dice que “… hay que seguir el proceso, pero si tenemos dudas, fiémonos de la intuición, de lo que nos salga de dentro, pues si la intención es positiva… el resultado tiene que ser positivo.”
El coaching ha sido para mí un gran descubrimiento, una sorprendente ventana que permite ver desde una nueva perspectiva, que ayuda a visualizar nuevos horizontes y distinguir mejor el camino a seguir, a los demás y a uno mismo.
Hablé del coaching a mi mujer y a mis dos hijos, de sus posibilidades, de su potencia, de lo gratificante que resulta ver cómo cambian las personas. Al principio me miraban con escepticismo, para pasar luego a una posición más abierta y más adelante a admitir que es algo importante. Supongo que en este cambio influyó mi entusiasmo, comentando mi experiencia durante mi formación (que continua), lo aprendido con libros esenciales como el “Juego Interior del Tenis” del pionero Timothy Gallwey, y, como no, de “Coaching con PNL” del maestro Joseph O’Connor…
Un día propuse a mi hijo Javier, de 19 años, realizar coaching con él. Le recordé algunas reglas básicas: “… He firmado el documento de código ético, lo que tratemos será confidencial, hablaremos solo de lo que tú quieras, yo no emitiré juicios, ni te daré consejos, solo trataré de que tú adquieras consciencia de lo que te preocupe y te ayudaré a que busques tus propias soluciones…”. Respondió “que se lo pensaría”.
Unos días después me dijo que se prestaba “al experimento” (literalmente), así que acordamos una sesión preliminar para ajustar las expectativas y recordar las reglas básicas (yo siempre resalto la confidencialidad).
Y comenzamos el coaching. Ni yo mismo podía imaginar lo que darían de sí estas sencillas preguntas “¿En qué puedo ayudarte? ¿De qué quieres que hablemos?”. Javier habló de sus estudios, de los pobres resultados, de la falta de tiempo, de la sensación de agobio…
¿Qué quieres conseguir?”. Ahí trabajamos en que Javier visualizara su futuro, a dos años vista, “viviendo” el momento en que consigue su objetivo, disfrutándolo, descubriendo los valores que están detrás de ese objetivo.
Es muy interesante el estado que se crea cuando el cliente adquiere consciencia de su situación actual y establece el contraste con ese futuro soñado, que parece se alcanza con la mano.
“¿Qué te lo impide?” Esta pregunta poderosa o, como dice Daniel, oportuna, produce un efecto descomunal. Javier, piensa un rato y contesta “la vagancia”. Esto fue un regalo, “la vagancia” en sí misma no es buena ni mala, solo hay que reflexionar acerca de si esta vagancia dificulta el logro del objetivo.
En 2 o 3 sesiones, con una cadencia semanal, exploramos los hábitos, las creencias limitantes, Javier encontró recursos, anclas, trazó un programa de trabajo, identificó formas de medir el avance, adquirió compromiso. Hicimos seguimiento… funcionó y sigue funcionando. Empezó a “ser dueño de su tiempo”, a “saber priorizar”, a “prestar mucha más atención en las clases”, a “hacer las cosas de forma ordenada”, a “sentir que todo es más fácil”, a darse cuenta de que “lo que está haciendo y consiguiendo” puede aplicarlo a otros ámbitos de su vida”…”
Resultados: En pocos meses, pasar de ser repetidor a conseguir media de notable y…, lo más importante, una sensación general dominio de la situación“…. Soy otra persona”, dice Javier.
Para mí, como coach de este cliente tan especial, la satisfacción de ser testigo privilegiado de este significativo cambio y de recibir algo que no tiene precio: que haya sido el propio Javier quien pidiera las sesiones de seguimiento.
Le pedí a mi hijo, un breve testimonio de su experiencia y esto es lo que me ha escrito:
“Mi experiencia con el Coaching.
Describiría mi experiencia como la preparación de una carrera de resistencia para la que creía no tener condiciones. Partiendo de un punto en el que me encontraba un tanto perdido, con pocas fuerzas, he ido progresando, de una forma sencilla, hasta ir consiguiendo los objetivos que yo mismo me fijé en las primeras sesiones.
En esta progresión he notado una reorganización de, por así decirlo, mis ideas sobre lo que quiero hacer y cómo conseguirlo. Las sesiones me han ayudado a crear unos hábitos nuevos, a aprovechar el tiempo, pero resumiría mis sensaciones en cuanto al Coaching en la tranquilidad que me ha proporcionado el tener las cosas claras, que me han permitido fijarme unas metas personales, ya sean a corto o largo plazo y experimentar un cambio general que puedo decir que soy otra persona”.
Domingo Valhondo
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