Responsablidad
Responsabilidad
Responsabilidad. ¡Qué bonita palabra! En el currículum y en las entrevistas de trabajo decir que eres una persona responsable queda genial y te hace muy contratable. ¡Qué empresa no quiere a alguien responsable! Sin embargo, cuando esta responsabilidad la aplicamos al terreno más personal la cosa cambia.
Toda mi vida he sido tildada de ‘persona responsable’ y gracias a eso, mi padre me dejaba llegar a la hora que me daba la gana a casa cuando era adolescente. Él confiaba en mí y sabía que no iba a hacer ninguna locura por lo que en ese sentido, ser responsable estaba genial.
Sin embargo, ya sabéis que ‘todo gran poder conlleva una gran responsabilidad‘ (nunca mejor dicho) y la parte menos divertida de ser responsable implicaba: estudiar mucho para sacar buenas notas, comportarme siempre como una niña ejemplar, volver a casa entera después de las salidas nocturnas, hacer de hermana mayor en ciertas ocasiones aún siendo la mediana, y alguna que otra cosa más.
A medida que iba creciendo, el círculo de la responsabilidad se iba haciendo más grande y cada vez cabían más cosas dentro: la carrera profesional, los amigos, la pareja, la familia… Y lo que empezó siendo una cualidad que me daba algún privilegio, se terminó convirtiendo en una especie de losa con la que cargar a las espaldas.
Cuando eres una persona responsable, tienes una serie obligaciones inherentes que vas asumiendo sin darte cuenta porque crees que todo el mundo espera que hagas ‘lo que hay que hacer’ (sea lo que sea eso y signifique lo que signifique para cada uno).
Por inercia, también empecé a hacer ‘lo que había que hacer’ y esa responsabilidad poco a poco se convirtió en una presión que me llevó a asumir circunstancias que no quería realmente. Supuse que no había ningún camino alternativo y que era lo que los demás esperaban de mí, aunque realmente nadie me lo pidió expresamente:
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Como era una chica responsable, tenía que estudiar una carrera, aprobarla con buenas notas y al terminarla encontrar un buen trabajo ‘de lo mío’.
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También tenía que tener una relación socialmente vista como ‘perfecta’ y si podía ser para toda la vida, pues mucho mejor, claro.
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Me sentía responsable de que mi grupo de amigos se mantuviera unido, de no perder el contacto con nadie y de hacer lo imposible para que nada cambiara.
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En ocasiones también interioricé la responsabilidad de mantener la armonía familiar y hacía lo que estuviera en mi mano por solucionar conflictos.
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Y, como colofón final, no podía faltar la regla de oro de los responsables: todo se consigue con trabajo duro, esfuerzo y sacrificio.
Todo esto está muy bien en un mundo ideal en el que todo debería funcionar tal cual nos contaban a tod@s de pequeños: estudia para tener un buen trabajo, encuentra ese trabajo, cómprate una casa, cásate y ten hijos y… ¿Y después? ¿Eso es todo?
A todos nos han contado esta línea que se supone que tiene que seguir nuestra vida, solo que las personas responsables tenemos, o mejor dicho nos creamos, la obligación de seguirla a pies juntillas: licenciarnos,tener un buen trabajo para toda la vida, irnos a vivir con nuestra pareja, casarnos, tener hijos y… llevar una vida feliz y correcta para siempre.
Sin embargo, la vida te da sorpresas (como decía la canción) y cuando me licencié no me llovían los trabajos sino que terminé la carrera y me fui a estudiar inglés con un entorno laboral de plena crisis. El 90% de mi familia estaba en el paro, mis amigos se marcharon a vivir fuera y nuestros caminos se distanciaron, la rutina y las diferencias con mi pareja se instalaron en mi vida y terminé en un trabajo en el que no me veía con 50 años ni de broma.
En este entorno, el significado que normalmente compartimos de responsabilidad, se volvió una carga y un generador de auto-crítica y estrés importante.
Más allá de abrirme puertas laborales como decíamos al principio, la responsabilidad me estaba cerrando las puertas de la verdadera felicidad, ya que lo que hice fue resignarme con lo que tenía porque era lo que debía hacer, pero no lo que realmente QUERÍA hacer.
Gracias a que se cruzaron en mí camino la meditación y el coaching, descubrí otras posibilidades. Resultó que no tenía por qué ir por el camino ya trazado, sino que con un ‘poco’ de coraje, constancia y determinación podía hacer el mío propio.
Haciendo ese camino, me encontré con una definición de RESPONSABILIDAD bastante liberadora y que curiosamente es la más certera de todas, ya que atiende al origen etimológico de la palabra:
Respons (Respuesta) y (H)abilidad = habilidad para responder.
Así de sencillo, solo es la habilidad para responder. Aquí no va metido nada de «quédate con tu vida llena de obligaciones y cosas que no te gustan, porque es lo que hay que hacer o porque hay que apechugar con las circunstancias o porque no se puede hacer lo que uno quiera, ya que todos tenemos una serie de obligaciones que cumplir». Esto más que a persona responsable, me suena a resignación pura y dura, de la que te vuelve gris por dentro.
La habilidad para responder, no tiene nada de peso sobre los hombros ni oprime el pecho, solo tiene inherente la capacidad de RESPONDER ANTE TUS ACTOS y eso lo podemos hacer todos, explicar por qué hacemos lo que hacemos y obrar en consecuencia.
Por tanto, te invito a que reformulemos el significado de responsabilidad ordinario en otro mucho más importante, en la responsabilidad CONTIGO MISMO para ser FELIZ.
Si los actos que realizas son aquellos que te llevan a la felicidad, disfrutarás el triple del camino y tendrás mucha mayor habilidad para responder ante ellos porque saldrán de lo más profundo de ti; ni de la sociedad ni de tu familia ni de tus amigos.
Si alguno de esos actos no salen como pensabas, sabrás responsabilizarte de ellos, sabrás por qué los hiciste y estarás convencido de que los hiciste con la mejor intención del mundo pero que puede ser que no salieran según lo que esperabas. No pasa nada, las personas responsables también nos confundimos y lo bueno es que como ya tenemos esta responsabilidad inherente, tenemos una mayor habilidad para responder ante los efectos secundarios de nuestros actos.
Por tanto, sé responsable pero no con la sociedad, no con lo que los demás esperan de ti, no con lo que se supone que deberías hacer, si no CONTIGO MISMO y con tu FELICIDAD.
Si por el camino, contagias esa felicidad a los que te acompañan, el viaje será una pasada.
Melisa Terriza
Con la colaboración de Daniel Álvarez Lamas
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