¿QUÉ HAY DETRÁS DE LAS PALABRAS QUE NOS DUELEN? Por Carmen Cruz
Carmen Cruz.
¿Recuerdas esa frase que te impactó tanto como una seca bofetada?
Todos hemos pasado el duro trago de oír esas palabras hirientes de boca de alguien a quien valoramos, queremos, que nos importa realmente, (es imposible, de hecho, que alguien a quien no otorgamos ese poder pueda herirnos, pues entonces sus palabras no tendrían apenas impacto en nosotros), darnos cuenta de eso ya es un paso, no son las palabras que dice esa persona en realidad lo que nos duele, sino el valor que nosotros estamos dando a la relación con esa persona, y que sin duda en este momento no está cumpliendo nuestras expectativas, nuestras necesidades, lo que tiene capacidad de herirnos.
Sin embargo cuando yo oigo, por ejemplo, “eres muy egoísta” de boca de mi pareja tengo unas sensaciones físicas acusadas, me siento temporalmente paralizada, mi ritmo respiratorio cambia, mi pulso se acelera y puedo notar incluso una sensación de impacto en la boca del estómago. Es evidente que hay un impacto físico, unos síntomas de estrés con los que mi instinto me dice que algo se sale de mi control y que es importante.
Ante estas sensaciones físicas y sólo una décima de segundo más tarde entran en juego mis pensamientos. Hay dos tipos de reacción que por desgracia, están fuertemente anclados en nuestro repertorio y que todos conocemos muy bien:
-“Comprar” lo que nos dicen. Decirnos a nosotros mismos: “Tiene razón. ¿Cómo puedo ser tan egoísta?” Asumimos la etiqueta (generalizando, en vez de delimitar los hechos concretos en su contexto) y con ella una buena carga de culpa y desprecio por nosotros mismos. Nos castigamos por no merecer la estima de la persona valorada y nos fustigamos con el deseo de enmienda futura. Al tiempo, y debido al coste tan alto que pagamos en autoestima, alimentamos una animadversión contra esa persona que seguramente tendrá consecuencias en conflictos posteriores.
-Y tú….!!!! Entra en juego la rabia. Nos sentimos atacados, vulnerados, y salimos a la defensiva con todas nuestras armas. Ya sabemos el alto coste emocional que tiene asumir la culpa y algo en nuestro interior quiere defendernos de ella y la forma que encuentra de hacerlo es cargarla en el otro. Podemos entrar en una escalada de intensidad emocional creciente donde lo único importante es sentir que nos defendemos, perdiendo casi la conciencia de lo que decimos, y subiendo rápidamente en la intensidad del conflicto.
Cuando hemos desarrollado un estilo de comunicación asertivo y sabemos lo importantes que son nuestras emociones, como sistema de alerta de que hay una necesidad o una expectativa nuestra que no está siendo cubierta (y después de tomar aire, tras el nudo en el estómago sentido) tal vez seamos capaces de expresar nuestras emociones y necesidades de una forma competente. Por ejemplo: “cuando dices que…soy muy egoísta, me siento…decepcionada…porque me gustaría que…valoraras todas las cosas que hago por ti.”
Esta es una forma de comunicación que nos libera de la culpa (ni la asumo, ni se la echo al otro), asumiendo la responsabilidad de mis actuaciones y de mis sentimientos y conectándome con mis necesidades. Es una forma de comunicación que nos hace más grandes, porque nos permite expandirnos, estar en contacto con nuestros sentimientos y necesidades y permitiendo al otro que se exprese desde ahí. Pasamos de ser esclavos de nuestras emociones a que éstas sean una fuente de conexión con nosotros mismos.
Para llegar a este tipo de comunicación es necesario estar alerta a nuestros propios sentimientos ¿Cuál es realmente el sentimiento que tengo ahora? ¿Ira, decepción, tristeza, frustración? Ponerle nombre y usarlo como luz para iluminar mi conciencia y descubrir cuál es la necesidad mía no cubierta de la que me está alertando. (Necesito qué…¿me valore, me respete, me atienda, me demuestre amor?…) No estamos educados para atender a nuestras necesidades, con frecuencia esperamos que los demás las “adivinen” y las cubran. Pero si no las valoramos es muy probable que los demás tampoco lo hagan.
También puedo usar la luz de mi conciencia para iluminar cual es el sentimiento o necesidad de la otra persona, que está oculto en su mensaje negativo.
Cuando presto atención a lo que el otro necesita y no a lo que piensa de mí, abro un campo realmente nuevo en la comunicación, directamente desde el corazón. Desde ahí es probable que incluso no llegue a sentir ese “puñetazo” en la boca del estómago. Si logro poner el foco en la otra persona, en vez de en mí mismo, llegaré a darme cuenta de que esas palabras esconden una petición desesperada de ayuda para cubrir sus necesidades no cubiertas.
¿Necesita que comparta más cosas con él? ¿Necesita que reconozca sus esfuerzos? ¿Se siente rechazado?
Si soy capaz de estar presente en ese momento, conectando con sus sentimientos y necesidades abriré la puerta a una comunicación profunda y plena, a una expansión en mí y en el otro.
Si sientes que te gustaría abrir esa puerta, pero notas lo pesada que es, aquí es dónde el coaching es un recurso excelente para acompañarte y sacar toda tu capacidad de apertura.
Apertura al encuentro contigo mismo, para desde ahí poder encontrarte con el otro.
Apertura a un Lenguaje de Vida.
Carmen Cruz
Psicóloga Coach
www.coachingpozuelo.es