La Residencia de Ancianos – Valores
«Hola osaba (tío),
como todas las semanas he venido a verte y a estar un ratito contigo, y hoy, tampoco me has conocido. Pero no te preocupes, porque sé que tu interior sabe que soy de casa, de la familia como les dices a las auxiliares. Por eso estoy aquí, porque seguimos formando un Uno.
Hace ya dos años que estas en la residencia, bien cuidado y atendido, pero ¡cómo nos costó tomar esta decisión!
Primero tuvimos que reconocer todos que no estabas bien, que la demencia había llegado para quedarse y que no hacías las trastadas que hacías queriendo.
Después, llegó la hora de decidir si seríamos capaces de cuidarte entre todos en casa, hasta que vimos que no era posible.
Y por último, una vez que te ingresamos en la Residencia de Ancianos, nos invadió la sensación de abandono. Sí. Todos sentimos de que te estábamos abandonando o quitándonos la mochila de encima.
Tú, que tanto nos cuidaste a todos de generación en generación y nos hiciste pasar buenos momentos, acostumbrado a vivir en plena naturaleza, allí arriba donde el silencio y el aire puro reina, estás ahora aquí, entre personas mayores que desconoces, cada uno con su historia, sin podernos juntar más en familia los domingos, y en lugar de nosotros acompañado de personas que trabajan con mucha alegría para que estéis bien cuidados y en la medida de lo posible contentos.
Pero, antes te acostumbraste tú a vivir aquí, que nosotros a verte en tu nueva casa en la ciudad.
Tienes tus días buenos y no tan buenos. Estás en esta realidad pero no. Recuerdas tu pasado lejano y casi siempre estás allí, realizando algún trabajo, o viendo a algún amigo, o preguntando por la abuela. Estamos al lado uno del otro, en la misma realidad aunque nuestras mentes no están en el mismo lugar, pero nos escuchamos uno al otro y eso es lo que cuenta. Cuando nos guiñas con uno de esos ojos azules, y nos das besos, todo va bien, nos quedamos tranquilos tus familiares, tus auxiliares, médicos, etc.
Mientras estamos merendando, os miro a todos en el patio, cada uno acompañado de sus dolores y sus respectivas visitas. Os sacamos a tomar el aire y a que paséis un momento pequeño en familia. Os traemos caprichitos, el bollo que te gusta, el pan que adorabas comer, el chocolate caliente de la máquina de café, todos los mimos necesarios para que en la hora que estamos juntos volváis a estar como en casa.
Todos los familiares, y trabajadores de la residencia, llegamos con la sonrisa de oreja a oreja para intentar contagiaros de esa alegría, sin demostrar que por dentro llevamos la carga de nuestro día a día, presente y futuro…
Y desde aquí, sentada a tu lado, me doy cuenta de que es recíproco. La mayoría de las veces, sois vosotros nuestra alegría. Necesitamos de vuestra compañía, vuestras sonrisas e inocencia, como terapia para no dar prioridad en nuestra mente a nuestros problemas.
Estos dos años, de visita en visita y observando todo desde este banco en el patio de San Markosene, he aprendido un poquito más sobre la importancia de la calidad de la última etapa de la vida, sobre la humildad, sobre comunicarse sin hablar, sobre el respeto, sobre ayudar al prójimo, sobre el amor incondicional, y la paciencia ante todo (tu palabra preferida: ¡Pazientzia! ¡Pazientzia!). Venir aquí, es entrar en la Residencia de Ancianos-Valores para abrirse a ellos, aprender y comprenderlos.
Como en la película «El curioso caso de Benjamin Button» al final todos volveremos a ser niños en nuestra última etapa, todos volveremos a estar a la par dentro de la sociedad, y dará igual quienes hayamos sido en el pasado. Necesitaremos que nos cuiden, que las familias estén preparadas para caminar en esta etapa con nosotros y los trabajadores de estos centros también.
Me alegro de poder acompañarte en este camino. Nos vemos la próxima semana, a ver que nos cuentas…«
Larraitz