La reputación se valora más que el dinero a la hora de medir la felicidad
¿Quiénes son más felices? ¿Las personas ricas o las que han conseguido el respeto y admiración de su entorno social? Claramente estos últimos, según ha confirmado un estudio científico de la Haas School of Business de la Universidad de California dirigido por la psicóloga Cameron Anderson y publicado por la Association for Psycological Science.
La investigadora ha llegado a esta conclusión tras explorar las relaciones entre los distintos niveles de estatus social y la felicidad. La conclusión es que “la riqueza no contribuye a aumentar el bienestar subjetivo, es decir, la felicidad”, explica Anderson. Lo que realmente marcaría la diferencia entre los distintos grados de felicidad de las personas es el aprecio de los grupos de afinidad, principalmente entre los compañeros de trabajo y amigos, así como de los vecinos. Esto es porque el respeto contribuye a aumentar la capacidad de influencia, la integración en el tejido social y, en definitiva, a ejercer el liderazgo.
El bienestar se basa en la integración social
La felicidad puede fluctuar y estas variaciones estarían determinadas por la subida o bajada de peldaños en la escala social. Anderson explicaba en Psycological Science cómo la felicidad puede variar según estos factores, “incluso en un breve transcurso de tiempo de sólo nueve meses”, si se trata de la gente joven, en constante evolución y con rápidos cambios profesionales y vitales en sus vidas.
El dinero no modifica el estado de ánimo
Por otra parte, el estudio profundiza en las razones por las que el dinero no es suficiente para alcanzar la felicidad. Las personas están adaptadas a su nivel de ingresos y esta situación no se percibe como un factor extraordinario que modifique la sensación de bienestar. “Las personas se acostumbran rápidamente a su nuevo nivel económico, aunque se doble el salario o se gane la lotería, sólo se será un poco más feliz al inicio, pero luego se regresa al estado de ánimo original”, apunta la investigadora.
Anderson y su grupo llegaron a estos resultados después de realizar cuatro estudios comparativos. En el primero se encuestaron a estudiantes universitarios de diferentes niveles sociales, incluyendo miembros de diferentes campus groups y equipos deportivos, que en el ámbito norteamericano gozan de un reconocido estatus. A cada participante se le pidió una valoración personal de su influencia social y grado de felicidad, que se cruzó con otros datos, como la percepción de sus compañeros y los ingresos de la familia. Además se tuvieron en cuenta otros aspectos relacionados con el género y la etnia. El resultado fue que las personas con mayor estatus social coincidían con las que presentaban mayores niveles de felicidad, una correspondencia que no se dio entre las personas con mayor estatus económico.
La obsesión por el dinero es contraproducente
En el segundo estudio se cotejaron los resultados y se buscaron las causas de este fenómeno. La explicación extraída de los grupos de conclusión de una muestra más amplia de participantes es que la sensación de poder y la aceptación de las personas del entorno son dos de las cuestiones más valoradas y que se relacionan directamente con el bienestar de las personas. En un tercer estudio se demostró esta relación entre el nivel social y la felicidad reflejándola y manipulándola en un entorno experimental.
La felicidad puede fluctuar según se suban o se bajen peldaños en la escala social
Finalmente, en el cuarto estudio, los psicólogos de la Haas School of Business analizaron a los estudiantes graduados de un reputado MBA para comprobar si se había producido algún cambio en su nivel de felicidad, en comparación a su etapa vital previa. El resultado fue que tras graduarse, lo que más influyó en su felicidad no fue el ascenso en la escala económica, sino en la social. Para los investigadores, los resultados del estudio son generalizables y universales porque “la integración social, el respeto y la influencia son valores comunes” a todas las culturas y todas las etapas históricas.
La última conclusión del estudio es que la obsesión por ganar constantemente dinero puede aislar a las personas del tejido social y desvincularlas de su grupo de afinidad, lo que haría disminuir su felicidad.
Fuente: Iván Gil
El Confidencial