Hay mimbres para el cesto
Esta es una de mis frases preferidas y de las que en alguna ocasión incluso hago un poquito de abuso. Significados tiene muchos, según se emplee y en qué contexto, pero para mí significa siempre, sea referido a una sola persona o a varias, que hay talento de sobra para alcanzar cualquier objetivo muy por encima de los que en ese momento se piensa que se pueden alcanzar.
En estos tiempos complicados, en los que ciertamente la desesperanza y la depresión campan por sus respetos, se me hace particularmente curioso ver cómo, con unos indicadores macroeconómicos teóricamente pésimos ( y luego explicaré porqué digo lo de teóricamente) con una moral en horas no bajas, sino profundas, con amenazas de todo tipo y condición con respecto al llanto y crujir de dientes que nos aguarda en los próximos tiempos, con la idea de la pobreza y la miseria que nos esperan a la altura de la posguerra, las cosas, los sitios, las personas, muchísimas más de las que se podría pensar dada la oscuridad en la que, teóricamente, estamos sumidos, siguen funcionando.
Sigue habiendo supermercados para hacer la compra, en cuyas estanterías sigue habiendo productos, que alguien ha fabricado o envasado, sigue habiendo restaurantes, a los que sigue acudiendo la gente, sean de menú o incluso más caros, sigue habiendo centros comerciales con tiendas que venden ropa, que hacen rebajas o no, pero en los que la gente sigue comprando, sigue habiendo coches por la carretera que previamente han pasado por la gasolinera a cargar combustible, la luz sigue encendiéndose cuando accionamos el interruptor, podemos conectarnos a internet a través de nuestro ordenador o de nuestro tablet o de nuestro teléfono (o de los tres) y siguen existiendo personas que se levantan por la mañana, se duchan, desayunan, trabajan (en su trabajo o buscándolo), comen, se reúnen con su familia, con sus amigos….sigue habiendo gente por las calles.
El otro día escuché una definición que solo había oído aplicada a la empresa: “Las naciones son sus ciudadanos“. Que la capacidad para que una nación crezca o decrezca, o se hunda o despunte o sea feliz o deprimida es cosa no de los políticos, no de los banqueros, no de los mercados: Es cosa de sus ciudadanos, que son los únicos que tienen la llave para decantar hacia un lado o hacia otro la calidad de su nación.
Y aquí, curiosamente, cuando hace unos años la famosa “prima de riesgo” estaba a 300 puntos “tembló el misterio” y más adelante cuando estaba a 400, seríamos rescatados (no como damiselas de cuento sino como condenados a galeras) y a 500 el mantener el estado sería insoportable y quebraría hasta Inditex y a 600 directamente subiría el demonio del infierno…
Y aquí, la realidad, es que mientras eso pasa la vida sigue. El grueso de los ciudadanos de este país seguimos (más o menos) trabajando, (más o menos) comiendo, (más o menos) conduciendo nuestros coches, (más o menos) organizándonos el ocio, (más o menos) dándonos algún capricho. Inditex sigue haciendo ropa y Mercadona reponiendo estanterías todos los días ¿Por qué entonces se nos indica por activa y por pasiva que no podremos, que no seremos capaces, que estamos condenados hagamos lo que hagamos, que no hay esperanza, que casi (parafraseando a un magnífico tuitero de mi timeline) #vamosamorirtodos?
Recupero la frase: “Las naciones son sus ciudadanos”. Y aquí podemos también comenzar con los tópicos, los nuestros y los que damos a entender a los de fuera: No nos preocupamos más que por la juerga y estar de fiesta, somos poco productivos, somos poco creativos, no nos gusta trabajar, tenemos lo que nos merecemos, somos solo buenos en el deporte y así para llenar tres blogs seguidos.
¿De verdad es así? Pues resulta que, aunque muchos hayan caído en la desesperanza, en el pozo del “es imposible”, en la crítica sin acción, aunque muchos hayan perdido su empleo, hayan cerrado su empresa, aunque muchos sean más pobres ahora que antes, esto sigue funcionando. Con lo peor de lo peor en el escenario y al cargo de la dirección de la escena, seguimos comprando ropa a Inditex y yogures a Mercadona, poniendo gasolina y navegando por internet ¿Por qué entonces no salimos de esa vorágine del miedo, esa angustia del que cree que no tiene salvación posible, nos dejamos de estupideces y nos ponemos a trabajar para que esta nación sea conocida por cómo son sus ciudadanos y no como algunos con poder para comunicar y manipular quieren que nos mostremos?
Nunca antes el Coaching ha sido tan necesario para todos, nunca antes ha sido, me atrevería a calificarlo así, tan imprescindible para revisar creencias, para desaprender los mensajes que han querido grabarnos a fuego en las meninges construyendo una realidad que no es, para volver a tener la libertad de decidir por nosotros mismos, para recuperar algo que sin duda nos sacaría en un segundo de este mal sueño, la actitud. Nunca ha sido más necesario para que todas las empresas tengan la claridad de ideas que se requieren para dar los pasos adecuados, para que las personas que las constituyen puedan motivarse con la idea de sacarlas adelante todos a una y salvar su futuro y el de sus hijos y el de su país. Nunca una herramienta como esta se ha revelado tan decisiva para limpiar la oscuridad, la basura, el temor, la falta de fe. Eso que han querido algunos que calara en nosotros para, simple y llanamente, facilitar el expolio económico, social y hasta de la dignidad humana.
A pesar de todo, este país continúa funcionando, no se ha hundido, no arde por los cuatro costados. Sigue habiendo semanas de Lunes a Domingo. Sigue habiendo mimbres para tejer el cesto. La decisión es de todos y cada uno. Como dice la traducción del discurso que da el personaje que interpreta Al Pacino en la película “Un domingo cualquiera”: “O nos curamos ahora, como equipo, o morimos como individuos”. Así sea.