Éxito Compartido
Los Sapiens estamos cableados para cooperar siempre que el entorno (es decir, los otros Sapiens de la tribu) sea el propicio para compartir recursos.
Ahora que acaban de concluir las navidades, cuántos niños de nuestra preponderante (?) e invasiva cultura occidental habrán vuelto a recibir, vía sus juguetes, dos mensajes tácitos escondidos bajo sus brillantes papeles de regalo:
- El juego de la mesa (como el de la vida) concluye en cuanto uno solo de los participantes gana — es decir, cuando el resto pierde. Y
- Para ganar el juego es preciso restar o detraer recursos de los contrincantes (puntos, naipes, pérdida de oportunidades).
Si el componente lúdico, el juego, es el recurso pedagógico más potente de aprendizaje de que disponemos toda la vida, resulta que en toda nuestra buena fe, pero con demoledor desconocimiento, estamos diseminando en los pequeños (nuestros futuros adultos) lo que, en efecto, aprendimos nosotros igualmente durante siglos — que el mundo consta de recursos (muy) finitos (escasos) que no es posible compartir: o son para nosotros, o no son para nadie.
Son muy contados los juegos en los que se fomenta el apoyo al menos-fuerte, aquellos en que el resultado final, el éxito, se multiplica si los contendientes trabajan conjuntamente o que buscan maneras de incrementar el premio final en lugar de continuar luchando por un marcador finito.
Las tribus en las que vivimos determinan nuestra interpretación del mundo, la manera en que lo percibimos, el modo en que nos desenvolvemos e interactuamos con él. Cuántos de ustedes, al viajar en las vacaciones, aterrizan en un entorno con una población en la que lo natural es compartir, poner sobre la mesa para que todos puedan servirse: puertas de casas que se dejan abiertas, coches con las llaves puestas, vecinos que te reciben invitándote a cenar o recomendándote lo que ninguna guía recogerá. Es entonces cuando sienten que ese es su entorno, que es coherente que se hallen ahí — aunque nunca hubieran sentido antes esa grata sensación de compartir sin temer que aceche la escasez.
Es así como, de hecho, muchos deciden dar una vuelta a sus vidas, como si retornaran a sus orígenes; a un lugar que, a pesar de serles foráneo les es del todo familiar.
Donde pertenecen.
Entendamos: la competencia es fundamental para el desarrollo humano — pero solo si es para el beneficio de un nosotros tribal, no para cabalgar el ego de un yo-macho-alfa.
Cualquier iniciativa de la economía real, cualquiera, así lo atestigua: desde el tipo que construye barcas de pesca en la costa de Cabo Verde hasta el que borda edredones finlandeses artesanalmente. Si no hay servicio, si no hay valor añadido, no habrá trueque por otra mercancía, de la cual, una sola, es el dinero.
La economía financiera, sin embargo, se sirve del trabajo de la primera para especular, jugar al casino de las posibilidades, con esas barcas africanas o esos marimekkos escandinavos con un fin principal que comienza y termina en un juego en el que no gana el más inteligente sino el más listo.
Bastan solo dos ingredientes para que la colaboración se agríe, se torne estéril:
- Que el beneficio del juego (de la vida) pueda solo medirse en dinero.
- Que el jugador tema más perder que lo que ansíe ganar.
Gandhi decía que en el mundo hay suficientes recursos para dar de comer a toda la Humanidad, pero insuficiente riqueza para abastecer la codicia de una sola persona.
Hoy día, la economía especulativa, la financiera, la de la deuda, la de la crisis de los periódicos con los que nos desayunamos la nueva tasa del paro equivale a 32 veces la economía real: es decir, que por cada taza de café que usted se ha bebido esta mañana, alguien está vendiendo 31 más procedentes de cafetales que aún siquiera se han plantado.
Todo el mundo habla de que el sistema actual en el que vivimos ha pinchado — y es cierto.
Todo el mundo habla de que es necesario un sistema nuevo — y es igualmente cierto.
Tan cierto como que nadie tiene muy claro cuál debe ser ese sistema.
La propuesta quizás no deba ser descubrir, reinventar, el fuego.
Quizás sea cuestión de retornar a los orígenes.
Si no la ha hallado aún, si la extraña aun cuando nunca la haya disfrutado, encuentre, construya, atraiga usted su propia tribu simbiótica, colaborativa, cooperativa.
Sorpréndase entonces de que, en ella, cuanto más se comparte —
Más se multiplica.