¡Benditos objetivos!
Cuando hablamos de objetivos que queremos conseguir en esta vida, lo que parece es que a veces no nos damos cuenta de que esto está en la propia esencia humana y que no es algo que nos podamos plantear como ‘metas con fin’.
Todos los días nos planteamos objetivos, de mayor o menor importancia, pero al fin y al cabo, objetivos. Toda la vida es un camino de consecución o no de unos objetivos que nos van surgiendo en el camino y, en nuestra mano está, el darles la importancia a cada uno de ellos que se merecen.
Muchos confunden la consecución de este o aquel objetivo como la forma de la consecución de la felicidad, pero para nuestra sorpresa, si damos alcanzado el citado objetivo, veremos que puede que esa felicidad sea algo efímero y de forma inmediata ya tenemos un nuevo objetivo que parece que sí, que esta vez, de alcanzarlo seremos felices. Pero vuelve a pasar lo mismo.
No es que digamos que la felicidad sea algo mínimo en el tiempo, sino que nuestra sociedad ha hecho que a muchos de nosotros la sensación de felicidad nos dure poco. Dos conceptos por lo tanto entran a jugar a la hora de analizar los objetivos que cualquiera de nosotros puede tener: la necesidad y la importancia.
Fijarnos unos objetivos en la vida, como en casi todo, necesita un análisis de los mismos, ver si son posibles de conseguir y que debemos de hacer para conseguirlos pero, sobre todo, lo que debemos de analizar es si son necesidades nuestras verdaderas o necesidades impuestas por nuestro entorno. Aquel joven que realiza determinados estudios por imposición paterna y no porque le guste, puede que alcance el objetivo de acabarlos, pero ese objetivo difícilmente podrá producirle felicidad o, cuando menos, no la misma que si hubiese acabado los estudios que él hubiese querido hacer.
Otra cosa que estamos obligados a medir es la importancia de los objetivos que nos hemos marcado. La vida es un conjunto de objetivos que día a día afrontamos. En buena lógica, unos serán más fáciles de conseguir que otros, lo cual motivará diferentes niveles de felicidad al conseguirlos y, además, lo que se derive de su consecución dependerá de la importancia que tengan para nosotros. Un bebe que comienza a andar, para dar su primer paso, aunque no es consciente de ello, es de vital importancia. Para un niño de 6 años que vea al bebe intentándolo, la importancia que le da es nulo o escasa.
Unamos ahora las tres cosas, objetivos, necesidad e importancia, y retomemos la idea de que la vida es un conjunto de objetivos.
Cualquiera de nosotros puede ser feliz aunque no consiga cumplir todos los objetivos que se ha planteado en la vida. Esto no debe de generar ansiedad ni depresión, ya que puede que los objetivos no conseguidos sean o bien por necesidades ajenas a nosotros o bien, que siendo necesidades propias, sean de poca importancia. Es como aquel deportista que consigue ganar en una determinada competición una vez pero que le compensa todas las demás en las que no ha ganado.
Está en nuestra mano el ser felices en función de los objetivos que nos hayamos marcados en esta vida y la valoración que les hayamos dado. El fracaso en su consecución no es más que algo normal en la vida y nada que no se pueda superar marcándonos nuevos objetivos y restándole importancia a los fracasos.
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