«El lenguaje negativo puede reducir el coeficiente intelectual»
Lo que piensas y, aún más, lo que verbalizas expande tu mente o la contamina.
Seguro que lo sabías. Ahora la ciencia también lo sabe. Aquí tienes un artículo con las clarividentes ideas de Luis Castellanos, que coinciden plenamente con las técnicas de PNL.
Como ejemplo, fíjate qué idea más potente nos lanza en esta entrevista:
«Hay una dualidad que se da mucho en los adultos: nos convencemos de que en el trabajo podemos ser malas personas porque tenemos que ganar dinero; podemos gritar al otro, exigirle al moroso con malas formas y, luego, por la tarde buscarnos algo que “nos salve” de esa situación. Poco a poco vamos perdiendo la alegría, la capacidad de estar con nosotros, de entender el mundo y entramos en la rueda de la autojustificación y de la culpabilización de los demás, lo que nos impide evolucionar positivamente.»
Despojarse de las palabras heridoras, autoritarias y poco respetuosas y adoptar otros términos, expresiones y gestos que transmitan cordialidad y entendimiento podría tener un poder transformador en nuestras vidas. Esta es la convicción que ha llevado al filósofo Luis Castellanos (Madrid, 1955) a estudiar desde la neurociencia las bondades del lenguaje positivo, una de las claves de la nueva educación.
Hace 17 años Castellanos empezó a investigar, junto al neurocientífico Manuel Martín Loeches, los efectos que tienen las palabras que utilizamos en el cerebro con el objetivo de crear estrategias innovadoras y soluciones prácticas que mejoren la vida, la salud y el bienestar. Actualmente, ambos forman parte del equipo de El Jardín de Junio, un centro con un Servicio de Inteligencia Lingüística en el que asesoran a equipos y profesionales que apuestan por la ética del lenguaje.
Castellanos es autor de los títulos, editados por Paidós, La ciencia del lenguaje positivo y Educar en lenguaje positivo. En este último trabajo explica los resultados del proyecto “Palabras Habitadas«, que involucró alumnos, profesores y padres del IES Profesor Julio Pérez de Madrid con resultados esperanzadores.
– ¿En qué consiste el empoderamiento lingüístico?
– En ser capaces de habitar nuestras palabras y nuestra manera de actuar; que cuando pronunciemos una palabra, ésta salga del corazón, porque las palabras en sí mismas están vacías; no son un medio de comunicación, sino la conformación de nuestra historia.
– ¿Dónde nos encontramos?
– Llevamos muchos siglos hablando de felicidad, amor, bondad, generosidad y esperanza, pero es como si el lenguaje se hubiera deshidratado. Tenemos que volverlo a regar evitando el sufrimiento a la gente, buscando la felicidad, viendo en diferentes perspectivas y siendo un poco más formidables desde la sencillez.
– Quizás, ¿siendo más empáticos?
– Está muy bien la capacidad de ponerse en el lugar de otro, pero creo que a la empatía hay que añadirle algo más: actuar en el tiempo de la persona por la que sentimos empatía; no vale decir “siento lo que tú sientes” y, después, abandonarte a tu suerte. Eso no es ayudar.
– ¿Cómo influye el lenguaje positivo en el cerebro?
– En una investigación que publicamos en el año 2009 utilizamos palabras positivas, negativas y neutras para medir el tiempo de reacción de un grupo de deportistas de élite y estudiantes. Y lo que descubrimos es que al cerebro le encanta el lenguaje positivo porque reacciona más rápido que cuando escucha una palabra negativa, y esto significa que mejora la atención, la concentración y la creatividad del ser humano.
“El lenguaje negativo es más abundante porque nos ha hecho sobrevivir”
– Por el contrario, ¿qué efecto tiene el lenguaje negativo en las personas?
– Cuando un lenguaje entra en barrena, a los acontecimientos que estamos viviendo me remito, entramos en una mentalidad de la escasez. Sin darnos cuenta, empieza a escasear nuestro tiempo y se abarca un universo donde de repente desaparece otro universo, que es mucho más interesante. Hay ciertos estudios que deducen que, cuando esto ocurre, el coeficiente intelectual se puede reducir 14 puntos.
– ¿En el mundo abunda más el lenguaje positivo o el negativo?
– El lenguaje negativo, porque nos ha hecho sobrevivir, como las emociones básicas. Por eso hablo de emociones evolucionadas en base a buscar un lenguaje positivo.
– Para conseguirlo, usted ha inventado las listas de comprobación del lenguaje, ¿en qué consisten?
– En darte cuenta de cada palabra que utilizas para expresarte y, si no te gustan, ya puedes cambiarlas y elegir otras. No pronuncies cosas grandilocuentes porque eso no le llega a la gente: por ejemplo, no digas “todos tenemos que ser felices” porque te preguntarán “¿y cómo?”.
– El cambio empieza por las pequeñas acciones…
– Y en medirlas también. Cuenta las palabras positivas que dices a lo largo del día y los momentos alegres que vives; conoce tu lenguaje y, para ello, piensa en tres palabras positivas y tres palabras negativas que a menudo utilizas.
– Un ejemplo.
– Todo lo que empieza por “no”, expresiones como “no es bueno”, “tenemos que”, “esto no es así”, “es que esto que me estás diciendo…”, “tú tienes que”…. ¡Tenemos muchas palabras negativas!
– ¿Por qué tipo de expresiones sustituirlas?
– Por expresiones como “sería bueno que encontráramos un camino para poder dialogar”.
– ¿Qué otros vicios cometemos al hablar?
– Por ejemplo, muchas veces cuando me enfado utilizo palabras de autoridad, universales como “todo”, “siempre”, “nunca”, que son negativos porque no todo el mundo es de la misma manera, no siempre se actúa igual ni siempre ocurre lo mismo. Sobre todo en la relación con los hijos o la pareja salen este tipo de palabras.
– ¿Las listas de comprobación son el primer paso para cambiar nuestro modo de hablar?
– Sí. Las listas de comprobación crean algo fundamental a nivel humano: la red de seguridad en el lenguaje. Muchas veces pongo casos extremos: padres que le dicen a sus hijos “si no apruebas, te doy un tortazo”. Un tipo de lenguaje con el que no damos seguridad a la gente, le metemos miedo, provocamos ira, tristeza… Crear una red de seguridad en el lenguaje es importante: no todas las palabras valen igual y no todas las palabras, aunque estén permitidas en el diccionario, se tienen que utilizar de una determinada manera.
– ¿Qué es la red de seguridad en el lenguaje?
– A través de las listas de comprobación, es la capacidad de crear un sistema de lenguaje de atención, de vigilancia, que nos permita algo tan sencillo como no hacer daño con nuestras palabras.
– En este objetivo de crear un lenguaje más constructivo, ¿deberíamos censurar algunas palabras?
– Yo no lo llamaría autocensura; es la capacidad de elegir, que es diferente. Tengo que aprender a elegir las palabras que utilizo porque una de las cuestiones fundamentales es decir la verdad. Pero a veces pensamos que la verdad es lo que yo digo en la forma en la que yo lo digo, y a menudo culpamos a los demás sin mirarnos a nosotros mismos.
– ¿Nuestro lenguaje nos delata?
– A través del lenguaje se puede ver el tipo de vida de la persona que hay detrás. Hay muchas palabras oscuras, que ocultan destinos que quieren alcanzar; mucha intencionalidad que en un momento dado no sabes dónde te va a llevar.
– ¿Qué tipo de palabras oscuras existen?
– Una palabra oscura puede ser hablar de libertad cuando no lo es, definirla de una determinada manera, o decir que la bondad es lo que él cree y ve (…) Bondad no es sólo decir que uno es bueno, sino no hacerte daño a ti mismo ni a los demás.
“Una palabra oscura puede ser hablar de libertad cuando no lo es”
– Hábleme del proyecto “Palabras Habitadas”.
– Lo hicimos en común entre familias, profesores y niños del instituto Julio Pérez de Rivas (Madrid). Nos marcamos la meta de conseguir ser consciente de nuestro lenguaje y cambiarlo durante el curso académico. Para hacerlo, creamos herramientas útiles a lo largo del proceso.
– Continúe.
– Después de preguntarles qué mundo querían para los niños, todos empezaron a tomar conciencia del lenguaje propio y del entorno familiar. Les advertimos que esto no les iba a hacer felices ni a evitarles el sufrimiento, sino que les ayudaría a enfrentarse de manera diferente a la vida; ver el lado favorable para construir. Vimos cambiar a profesores, padres y alumnos.
– ¿Qué deseo compartían la mayoría de padres y profesores?
– Que todo el mundo fuera feliz, y yo les decía: “Feliz, ¿qué es? Un concepto, ¿y cómo se mide algo tan abstracto? Buscando el índice de alegría. De niños, somos muy alegres y, luego, gradualmente pasamos a ser poco alegres.
– Según usted, ¿a qué se debe este cambio?
– Tengo algunas teorías. Elegimos permanentemente sobre elementos que van a priorizar nuestra atención y tiempo: el trabajo, el dinero, los recursos; nos van metiendo en un mundo muy competitivo en el que nos vamos haciendo daño a nosotros mismos con las decisiones que vamos tomando sin darnos cuenta.
– ¿Cómo?
– Hay una dualidad que se da mucho en los adultos: nos convencemos de que en el trabajo podemos ser malas personas porque tenemos que ganar dinero –el factor de falseo-; podemos gritar al otro, exigirle al moroso con malas formas y, luego, por la tarde buscarnos algo que “nos salve” de esa situación. Poco a poco vamos perdiendo la alegría, la capacidad de estar con nosotros, de entender el mundo y entramos en la rueda de la autojustificación y de la culpabilización de los demás, lo que nos impide evolucionar positivamente.
– Una receta para solucionarlo…
– A mí me gustaría que ganase más la capacidad de la alegría, la bondad y la amabilidad que la que nos hace perder la alegría. En todos los conflictos plantearnos: ¿Qué diez palabras no han aparecido y queremos que aparezcan?
– ¿Algún otro consejo?
– Mide tu alegría. Sería bueno saber cuántos minutos al cabo del día hemos sido alegres, con quién o con qué. Y a veces descubrimos que no llega ni al 1% de nuestro tiempo, a pesar de que la alegría es la base de la felicidad: la capacidad de sonreír, de ser amables, de compartir… Es un buen elemento para saber quiénes somos.