Integración: "avanzado no es lo mismo que evolucionado"
Quizás fuera por arrogancia. A fin de cuentas, es plausible concluir que tenemos el cerebro pensante más avanzado de la Naturaleza que conocemos.
Ahora bien: avanzado no es lo mismo que evolucionado.
Cuando aún no teníamos capacidad de razonamiento verbal (no hacíamos uso de un lenguaje complejo), nacíamos y dictábamos nuestro comportamiento a partir de losinstintos con los que nacíamos de serie y que nos permitían agruparnos en tribus y sobrevivir a un entorno rico en recursos, sí, pero también en depredadores.
Según fue desarrollándose nuestro córtex y, con él, nuestra capacidad de traducir nuestros pensamientos visuales y radiales en estructuras lineales y consecutivas, comenzamos simultáneamente, a ‘encajonar’ esos pensamientos en esas nuevas estructuras gramaticales que, por definición, forzaban a que parte de los conceptos se ‘perdieran en la traducción’: ¿cómo si no expresar, en toda su profusión de detalles, una emoción sin que se diluya por el camino neuronal la manifestación de ese preciso sentimiento?
Progresivamente, en la evolución humana, nuestra nueva habilidad para el lenguaje disparó la aparición de herramientas, conceptos, modos de instruir a otros, o manifestaciones artísticas que nos siguen acompañando hasta hoy: desde las pinturas de bisontes en cuevas prehistóricas, hasta el blog de astrofísica; desde la transmisión de las epopeyas del clan alrededor del fuego hace milenios hasta las poesías del Renacimiento; desde la experimentación con fraguas para trabajar el hierro hasta el diseño de cazas supersónicos de combate.
Sin embargo, paradójicamente, el lenguaje trajo igualmente un efecto secundario que exacerba una de las mayores trabas de nuestra sociedad:
La individualidad extrema.
En efecto, nuestra capacidad para el lenguaje (incluido el matemático) es hipernutrida desde la escuela en una sociedad en la que, prácticamente, lo que no se puede expresar verbalmente o por escrito no existe — nuestro intelectual ego tiende a ignorar o descalificar todo lo que no es explicable racionalmente: la inteligencia oficial nos divide desde niños entre los listos y los no-listos; y desde adultos entre los que fueron académicamente competentes y los que serán destinados a fabricar tuercas para los primeros.
Esta división, sin embargo, se lleva diluyendo cerca de una década y explota desde que la usura desmedida de unos pocos de esos académicamente excepcionales hicieran saltar la banca hace ya casi cinco años: cada vez hay más personas que dependen de poder fabricar tuercas para subsistir – en un mundo en el que ya hay demasiadas.
En todo este escenario de crisis permanente que se transpira en las calles, además, se añade una de las consecuencias de tantas decisiones de nuestra adoctrinamientoindividualizante: la desconexión a la que tendemos en situaciones socialmente preocupantes llevan a un ‘sálvese quien pueda’ extremo. Un paradigma magistralmente imbuido en nuestro carácter por las grandes corporaciones transnacionales mantenidas con la connivencia (¿o temor?) de los gobiernos oficiales. El capital, en efecto, no tiene cara – y sí un poder tan gigantesco concentrado en tan pocos individuos que la mejor manera que ellos tienen de asegurar su preponderancia es el ancestral e infalible ‘divide y vencerás’ de las enseñanzas de Sun Tzu:
‘Dividamos a la sociedad’, pues, decidirán en algún despacho: ‘paguemos a los directivos diez mil veces más que a los fabricatuercas; tengamos escuelas de prestigio que instruyan a los primeros y adocenen a los segundos; cubramos la salud de los que usan corbatas como si la vida fuera una mercadería con un precio en la etiqueta; inventémonos maneras de que, aunque no quieran, no tengan más opción que seguir votándonos, comprándonos, exprimiendo sus jornadas laborales por nosotros‘.
El reto lleva ya años bailando delante de nuestros ojos – al igual que la solución.
Somos seres sociales, tribales, cooperativos. Compartir recursos no lleva a la escasez: al contrario, a la eficiencia. La cooperación no divide esfuerzos, sino más bien a alcanzar campos más amplios donde poder realizar un impacto de valor a nuestra sociedad. Confiar entre nosotros es lo que permitió que no nos extinguiéramos hace 150.000 años cuando por las sucesivas glaciaciones apenas quedábamos cientos.
En efecto, los siete mil millones de almas que hoy habitamos procedemos directamente de esas docenas de individuos africanos. Todos estamos conectados. Todos estamos relacionados. Seamos osados: todos somos, de un modo u otro, familia.
Y en toda familia siempre ha habido algún miembro que opera como un lobo depredador, sin importar el éxito o la subsistencia del resto del clan.
Pero ese resto del clan no se queda inerte; hace dos cosas: unirse con mayor solidez para contrarrestar la división explotada por los depredadores, y expulsar al ostracismo a aquellos que abusan de los recursos de todos, de la labor de todos, del esfuerzo de todos, de la cohesión de todos. Del bienestar de todos.
Son estos momentos de cambio, lo sabemos. Son momentos de determinación.
Los grandes de entre nosotros superarán los monumentales retos que estamos viviendo antes de que pasen a los libros de Historia.
Pero los grandes no los superarán porque sean académicamente más solventes. Lo harán porque se volvieron a unir, por fin, tras siglos de una desconexión artificiosa que creímos nos definía.
Seamos, pues, grandes.
Es tiempo de re-conectarse.
Es tiempo de crear el mundo que, realmente, nos merecemos.
Sin depredadores.
Sugerimos leer: Son otros tiempos, por fin. Un espacio para la maestría personal.