Rebotando más alto: resiliencia
La crisis, o mejor dicho, esta crisis no es financiera – o al menos, no solamente. Según lee estas líneas se está consolidando un cambio de conciencia, o de concienciación, en nuestro sistema político, social, económico, de valores, que destapa lo que se entreve tras la opaca mascarada de reuniones del G20:
- El sistema laboral, como lo entendimos hasta hace una década, no volverá: estamos ante, posiblemente, la mejor (no necesariamente fácil ni sencilla) oportunidad de éxito para los agentes libres que trabajen en redes simbióticas.
- El dinero deja de adquirir protagonismo como fin – y vuelve a la posición de la que nunca debió salir: al rol de ser un medio de comprar otra cosa con un valor incalculable: nuestro finito y precioso tiempo.
- El público ya no busca proyectos vitales basados en tener hipoteca, esposo, hijos, perro y pantalla plana (no necesariamente en ese orden); el público se identifica, es, con lo que hace. Y ya no quiere hacer cosas que no son él/ella. La frase trabajo en lo mío toma una nueva interpretación: en lugar de pasar toda la vida buscando la misión de otro desde donde encajar mi labor -tarea condenada a la frustración-, ahora es construyo una misión, una labor, un proyecto, mío – en el que trabajo. Se abre la veda. Ya no hay límite en la creación, elección de proyectos vitales donde trabajar… por cuenta propia.
- Entramos en parábolas (laborales, vitales, financieras), cada vez más llanas, con puntos de inflexión, de cambio de tendencia ascendente/descendente, más frecuentes. En otras palabras, nos pasamos más tiempo en tránsito de una estación a otra que de pie esperando a que pase otro tren.
- Lo que ayer era común (‘no puedo cambiar de carrera, llevo mucho tiempo haciendo lo mismo’, ‘me quedan solo x años más en esta empresa para jubilarme’, ‘ya tengo casa, ya estoy seguro’) y lo que era raro (‘estoy en una etapa de transición’, ‘le he dado la vuelta a mi vida’, ‘me separo aunque lleve veinte años de infeliz matrimonio’, ‘he comenzado de cero‘) hoy es, precisamente, lo contrario.
- No hay seguridad laboral – ni la volverá a haber jamás. Deje de añorar mejores reformas laborales.
- No hay seguridad en las relaciones personales, por gordo que sea el diamante de la alianza.
- No hay seguridad en las carreras profesionales.
- No hay seguridad académica: y menos con planes de estudio de los tiempos de cuando Apple solo se asociaba a una fruta.
- No hay seguridad financiera: es posible ganar una fortuna invirtiendo cero coma cero euros en el marketing de una buena idea, y perderlo todo en la siguiente burbuja-capricho de alguien que se dice inversor.
La nueva seguridad es la resiliencia.
Sea duro pero maleable como el metal, cree contactos, quítese los anillos para que no le preocupe que se le caigan, fórmese permanentemente, mueva el c*lo a menudo de su confortable y calentita (y reconvertida a impredecible) rutina, y estará, paradójicamente, más seguro.
Nadar contracorriente es extenuante. Aprovechar las corrientes que le lleguen en zigzag para llegar al otro lado lleva más tiempo, sí. Pero acaba llegando.
Desarrollar la resiliencia es posible – y factible. Autoestima, autoconfianza y autoconcepto; resolución de problemas complejos con información incompleta o errónea, comodidad con la incertidumbre, establecimiento de metas temporales, creación de redes de apoyo, aceptación (que no resignación) y superación de los contratiempos.
Si cae y se rompe su vida (un despido, una separación, un golpe severo) en mil pedazos, puede hacer tres cosas:
Quedarse mirando al suelo, llorando y añorando durante lo que le quede de existencia por aquello que se perdió.
Recomponer los trozos que encuentre y rehacer su vida como pueda, lastrando el dolor de su pasado como un grillete en los tobillos.
Hincar una rodilla, sí – pero no las dos. Nunca. Salvo para volver a levantarse con la cabeza al frente y mirar a la Vida de tú a tú. Y regresar de nuevo al campo de juego – pues el partido, señoras y señores, no ha hecho más que empezar.
Eso es resiliencia.