Constrúyete a ti mismo
Una mañana, tras haber terminado de exprimir nuestro intelecto para asegurar comida en el plato, desarrollar relaciones de apoyo dentro de nuestra tribu y satisfacer nuestras necesidades de cobijo y descanso, nos dimos cuenta que, aún, sentíamos que algo nos incomodaba.
Comenzamos entonces a dar vueltas por la noche en el lecho, mirando a las estrellas a través del humo de la fogata, preguntándonos si, acaso, estaba ya todo hecho, concluido. Por primera vez en nuestra especie, nos comenzamos a preguntar aquella precisa cuestión acerca de nosotros mismos que desde esa noche heredamos de nuestra ancestral tribu. Iniciábamos la exploración de aquel remoto sendero aún inexplorado:
El de nuestra propia potencialidad.
Pasamos siglos convencidos de la certeza del camino de los griegos, un ‘conócete a ti mismo’ axiomático que germinaría la simiente de nuestra más brillante excusa –
‘No puedo cambiar: soy así’.
Tuvo que llegar Kierkegaard para proponernos que, quizás, ‘constrúyete a ti mismo’ otorgue a nuestra pregunta una respuesta entre signos de interrogación:
‘¿Y si…?’, súbitamente, se convertía así en la llave que dejaba de justificar lo que éramos, para abrirnos al Reino de lo Posible.
‘¿Y si pienso, hago, siento, digo algo diferente a lo que ya conozco (y me dejó de funcionar)?’, ‘¿Y si fuera posible…?’
Con cierto retraso, como nos tiene acostumbrados, la Ciencia certificaría lo que el pensador expuso: al nacer, somos prácticamente un 100% herencia genética de nuestros progenitores; pero al dejar esta vida coronados por las canas de la vivencia, nuestra personalidad, quienes ‘somos’ como manifestación de esa herencia, se reduce a un mero 50%.
Se nos regala así una misión: la de aprender en nuestras décadas cómo tejernos en ese 50% restante y moldeable de nosotros mismos.
Si considera que es momento de dejar de rebotar contra las paredes transparentes de esa urna genética que creía le comprimía en el universo de lo inmutable, entonces dé el paso y comience a sembrar la maestría de sí mismo fuera de ella.
Comience pronto: expóngase a la experiencia de compartir dos días de su vida con personas que hacen lo que dicen y sienten lo que hacen; déjese mostrar algunos caminos que ellos recorrieron, en el corazón de la ciudad de lo posible: Santiago de Compostela.
Déjese sorprender a sí mismo por lo que es capaz de construir:
Su mejor versión.