Embrutecimiento
En la Segunda Guerra Mundial, los Nazis nos re-descubrieron uno de los procesos de des-humanización más efectivos que hay.
La mayor parte de los prisioneros en los campos de concentración eran individuos similares a nosotros: con una educación, con gente a la que querían y por quienes eran queridos; con una profesión, un oficio; con aspiraciones, anhelos, metas.
La mayor parte de ellos tenían un cerebro sano – esto es, empático, tendente a la co-laboración, la co-operación; cerebros que les hacían sentirse bien cuando ‘hacían bien’ a otros individuos.
[Nuestro cerebro hoy, al igual que entonces, segrega, entre otras, la oxitocina – la ‘hormona del amor’ – cuando atendemos a otros, mostramos altruismo, incluso aunque sea a desconocidos, haciéndonos de este modo sentir bien, tener mayor bien-estar… Que de eso se trata todo este tinglado de la vida].
Sin embargo, muchos prisioneros fueron capaces de denunciar a amigos, familiares, socios – a cambio de un miserable trozo adicional de un tubérculo pútrido e inclasificable y de una ración extra de sopa hedionda.
Muchos prisioneros torturaron, maltrataron, humillaron, pisotearon, cremaron en los campos a los que, hasta hacía apenas unos meses, eran vecinos, clientes, pacientes. Adultos, ancianos. Niños.
No porque, conscientemente, ‘quisieran’ — sino porque hacía tiempo que los despojaron de su humanidad.
Nuestro cerebro tiene motivaciones, motivos-para-la-acción, muy poderosas.
El altruismo es una de las más potentes.
Pero la supervivencia lo supera.
Y los carceleros lo sabían.
Cuando un cerebro tiene la certeza, el miedo (o peor, la percepción únicamente) de que los recursos a su alrededor escasean, se centra en su propio mantenimiento vital, supervivencia – deshumanizando de facto al individuo y, literalmente, bestializándolo (el córtex se desconecta, los procesos cognitivos se merman – o dañan – y salta el impulso más primario de subsistencia reptiliana, irracional, brutal, inmisericorde).
Es entonces cuando el ser humano comienza a tener miedo a ‘no tener suficiente’.
Y comienza a competir.
A batallar.
A crear, siempre, más dolor del que recibe.
A pensar en términos de un ‘yo’ que pisotea, viola, roba, al ‘otro’, al ‘nosotros’.
Que piensa en términos de ganar – asegurándose primero de que otros pierden.
Que hará lo que sea por ‘tener’ todo, más que por ‘ser’ nada.
Quien dejará de vivir, de hallar un sentido en este planeta para, únicamente, sobrevivir.
Pero el que sobrevive no es el más fuerte.
Es el más insensible.
Nos dicen que no hay trabajo.
Nos dicen que no hay dinero.
Nos dicen que no hay credibilidad.
Nos dicen que en este mundo o muerdes o te devoran.
Nos saquean, roban, estafan, mienten – incluso nuestros propios líderes.
Nos deshumanizan.
Si no somos humanos, abandonamos nuestra capacidad de colaboración.
Es: ‘nosotros o ellos’.
Es: ‘nosotros contra el mundo’.
Es: ‘O yo o… yo’.